Un equipo del MIT, en colaboración con la empresa 24M Technologies, ha presentado una nueva batería que elimina las celdas tradicionales y promete hasta 1.600 kilómetros de autonomía con una sola carga, a partir de un desarrollo que no depende de una nueva química, sino de una forma distinta de ensamblar los módulos.
Durante años, las mejoras en autonomía de las baterías de los coches elécgtricos han dependido de cambios en los materiales, en la densidad energética o en los procesos de carga. Ahora, una innovación del MIT apunta se centra en otro punto débil, que no es otro que la arquitectura interna de las baterías.
El nuevo sistema, denominado Electrode-to-Pack (Etop), simplifica la estructura, reduce peso y mejora la eficiencia sin alterar la composición química base. Se trata de una propuesta que no es un experimento, sino que se basa en una idea lista para escalar en fábricas, y que resulta más barata de producir y compatible con las tecnologías actuales.
Si cumple lo que promete, este descubrimiento podría marcar el punto de inflexión que la industria llevaba años esperando. Hasta ahora, todas las baterías de coches eléctricos se fabricaban con miles de pequeñas celdas individuales, incluyendo cada una su propio encapsulado, separadores, conectores y sistemas de refrigeración; un diseño que, aunque seguro, añade peso y limita el espacio para almacenar energía.
Etop rompe con ese modelo, puesto que el sistema desarrollado por 24M elimina las celdas independientes y convierte el propio paquete de la batería en parte activa del sistema, y los electrodos se integran directamente en el contenedor, lo que reduce el uso de materiales inactivos y mejora la eficiencia.
Según los cálculos del MIT, la eficiencia del empaquetado aumenta hasta un 80 %, lo que significa que casi toda la masa de la batería se dedica realmente a almacenar energía. Esta optimización se traduce en una densidad un 50 % superior a la de las baterías convencionales, que resulta suficiente para superar los 1.600 kilómetros de autonomía por carga.
Este formato permite reducir el precio de producción hasta en un 40 %, gracias a un proceso más rápido, automatizado y con menos materiales; al tiempo que las líneas de fabricación se simplifican, lo que abre la puerta a una nueva generación de coches eléctricos más asequibles.
Etop puede integrarse en baterías de litio-hierro-fosfato (LFP), muy comunes en vehículos eléctricos, pero también en las de estado sólido, que se consideran el siguiente gran paso de la industria. Esta compatibilidad le da una ventaja competitiva inmediata, ya que los fabricantes pueden adoptarla sin rediseñar por completo sus plantas ni asumir grandes inversiones. Además, su estructura ligera y modular permite su uso más allá del automóvil.
Así las cosas, esta novedosa tecnología podría aplicarse en aviación, drones de largo alcance o sistemas de almacenamiento para redes energéticas; y en todos los casos, el objetivo es el mismo: obtener más energía en menos espacio y con menos recursos.
Así las cosas, en un momento en el que la transición energética exige soluciones sostenibles y escalables, el MIT ofrece una arquitectura capaz de adaptarse a distintos sectores sin depender de materiales exóticos ni procesos complejos.
Además, la arquitectura Etop encaja a la perfección con las políticas de reindustrialización de Estados Unidos y con los incentivos fiscales del programa 45X de la Ley de Reducción de la Inflación, y gracias a su proceso continuo de ensamblaje, cada nueva gigafactoría podría fabricar más baterías en menos espacio y con menor inversión inicial, una ventaja clave en la carrera global por dominar la producción energética.
Se trata por lo tanto de un avance que va más allá de lo técnico, suponiéndoos también una apuesta estratégica con la que Estados Unidos podría ponerse al nivel de China y Corea en capacidad industrial, a partir de una tecnología que podría convertirse en una herramienta decisiva para lograrlo.
Si las baterías Etop llegan al mercado, el coche eléctrico entrará en una nueva era, con autonomías de más de 1.500 kilómetros y precios de producción más bajos que podrían derribar las dos grandes barreras que han frenado su adopción: la autonomía limitada y el alto coste.
El gran cambio es que el coche eléctrico pasaría a ser una alternativa real para todos los conductores, con la fiabilidad y la comodidad que hoy solo ofrecen los motores de combustión. Ahora falta por ver si esta tecnología puede escalarse y si su promesa se mantiene fuera del laboratorio.
